jueves, 19 de junio de 2014

introduccion

En nuestro continente latinoamericano la crisis moral (o familiar) relacionada con el quebrantamiento de la vida matrimonial ha sido un legado generacional. Ya desde los tiempos del descubrimiento y la colonización de nuestro continente, los hombres que conquistan el continente ávidos de aventura, fortuna y gloria personal (todos llamados ‘cristianos’), que como tormenta humana, se arrojaban a poseer el Nuevo Mundo, atravesando los mares desde el viejo mundo. La manera de vivir de los aventureros era muy alejada de la vida cristiana, pero tenía mucho de la doble moral de estos días. Estos hombres (españoles, portugueses, y otros) dejaban atrás a sus y familias en la vieja y convulsionada Europa, para engendrar en tierras latinoamericanas primero, la raza mestiza y, luego con las cautivas africanas, la raza mulata; Y Lo peor es que el ejemplo de los propios clérigos no era menos terrible, y sólo era un aliciente más que contribuyó con todo ese ambiente disoluto, inmoral, y triste que desde la misma colonización ha venido llenando de llanto a los niños de este continente.
Ya para comienzos del siglo XX la situación no había cambiado, y al respeto escribe un obrero a finales de 1908: "Los hijos y las hijas de los curas proliferan por todas partes. No hay en esto ningún estigma, ni para ellos, ni para sus progenitores. En efecto el asunto no es considerado como cosa de inmoralidad, ya que de los sacerdotes, que tienen prohibido el matrimonio, no se puede esperar otra cosa, es decir, que tengan relaciones ilegítimas con una o más mujeres. De tal palo, tal astilla. La inmoralidad de los curas es indudablemente una de las razones de la flojedad del vínculo familiar en todas las regiones de Sud América. Mientras que el divorcio oficial no es permitido por causa alguna, separaciones y juntas ilegales son muy fáciles y muy comunes."
Por su parte las Iglesias Evangélicas en Norteamérica y Europa siglos después despiertan a la necesidad de enviar misioneros, pero en su afán de plantear una cultura más elevada, y un cristianismo más auténtico, encuentra que ante la decadencia del carisma, no dejan de vivir en sus propias realidades el conflicto social de una civilización que sufre una altísima tasa de divorcios, y aunque ha ayudado la promoción de valores superiores, la esencia del verdadero cambio radica en una verdadera conversión en la que sin ambages se predique y sea obedecida la Palabra de Dios. Esta acción transformadora que encontramos en la obediencia al verdadero evangelio viene a restaurar la relación del hombre no sólo con Dios, sino con su prójimo, y en especial con el prójimo más inmediato que viene a ser el cónyuge y el núcleo familiar. Es en Cristo que encontramos el sencillo pero completo plan de Dios que nos lleva a vivir el amor, el noviazgo, el matrimonio, la familia, el trabajo, y todas nuestras acciones a la luz de la Cruz.
Ahora bien, en vista de la realidad socio histórica latinoamericana no nos extraña que la labor discipuladora en nuestras naciones haya confrontado las más diversas y grotescas situaciones deformadoras de la familia como es concebida por la Palabra de Dios. Quedan estupefactos muchos consejeros cristianos al tratar de resolver los más impresionantes e impensables enredos morales, sociales y espirituales de las familias a las que se pretende guiar a la obediencia del evangelio.
Esta es una sencilla reflexión orientada no a una comunidad o situación particular, sino que apunta a realidades más generales y a cuestionamientos posibles que pudieran plantearse en el cuerpo de Cristo, a situaciones que demandarán decisiones y respuestas bien sea de Presbiterios, Juntas Ministeriales o Directivas de las iglesias evangélicas que desean sostener su honesto apego a la Biblia y a sus principios. Luego y dada su sencillez de lenguaje y planteamiento se busca el acceso a todos, con la pretensión de que este modesto trabajo sea una “exposición de la palabra de Dios, que alumbra, que hace entender a los simples ...” (Salmo 119:130). En tiempos de bastante confusión, espero que sirva para aclarar los malos entendidos, que tan a menudo agudizan el sufrimiento.
Nuestro amado Buen Pastor, conocido también como el Príncipe de los pastores, nos convoca a la misión de dar cuidado, guianza, alimento, ayuda y corrección. En Él tenemos todos los recursos que requerimos de comprensión, oración intercesora, y orientación amorosa paciente y sabia. Asimismo, esta reflexión pretende ser apoyo práctico para quienes sin ser académicos de la asesoría tienen el llamado a exhortar, aconsejar y guiar a los más jóvenes en la fe. Incluyendo muy especialmente a las muchas parejas de recién convertidos que entienden y aceptan su necesidad de ordenar su familia según la Palabra de Dios a fin de que en el bautismo puedan dar un sólido testimonio de su fe. Pues gracias a Dios, la gran mayoría de las relaciones pueden ser sanadas y guiadas efectivamente y según los parámetros de la Palabra de Dios.

Es nuestro anhelo que esta sencilla orientación bíblica (aún no completada), llegue a ser una herramienta útil y eficaz.

El Divorcio

EL DIVORCIO
En la Biblia no encontramos exclusivamente la expresión de los ideales divinos para la el ser humano y la sociedad, sino también de aquellos escenarios de vida humana, que son eventualmente duros y pecaminosos, y que existen en una categoría subideal. Los ideales son consolidados mediante pactos, promesas y mandatos, mientras que las realidades subideales son toleradas en silencio o cohibidas mediante prescripciones y advertencias, todo con el fin de reprimir las malas pasiones y que las acciones pecaminosas sean limitadas tanto como sea posible. Esta es la razón por la que el silencio y la legislación negativa, en cuestiones éticas subideales, deben analizarse con mucho cuidado.
El ideal Dios para la vida matrimonial incorpora, al menos, cuatro elementos, que son autoritativamente enseñados en Génesis 2:18-25; Marcos 10:2-12; Lucas 16:18 y 1 Corintios 7:39. (Romanos 7:1-14 debe aplicarse con cuidado, debido a que incorpora contenidos alegóricos e incluso culturales y circunstanciales)
1. La monogamia matrimonial (un hombre y una mujer). Observe las palabras del Señor que exponen el ideal original: “Por esto el hombre (singular) dejará ..., y se unirá a su mujer (singular), y los dos serán una sola carne” (Mt. 19:5; Mr. 10:7-8).
2. La persistencia del matrimonio. El mandato del Señor es “.. dejará .. y se unirá ..” (Versión Moderna: “.. quedará unido ..”)
3. La intimidad matrimonial. La vocación fundamental del matrimonio apunta a un compañerismo íntimo en que la personalidad encuentra su satisfacción y realización - “los dos serán una sola carne.”
4. La mutualidad matrimonial. El matrimonio implica la mutua realización en una relación plenamente satisfactoria para ambos, como se refleja en la expresión “ayuda idónea” (Gén. 2:18).
El ser humano en su maldad y pecado, es capaz de quebrantar el ideal de Dios. El ser pecaminoso eventualmente decide vivir en un nivel subideal. Al ser así, la poligamia, el divorcio, y el recasamiento llegaron a tolerarse en el Antiguo Testamento, aunque bajo restricciones legales particulares. Estas conductas no son recomendadas o aprobadas por Dios. Más bien son sufridas por ÉL, pues no están conformes a su perfecta voluntad y su sabio consejo. Esas conductas siempre llevan consigo terribles cicatrices, indecibles sufrimientos que llegan a ser inexpresables, y quebrantos infinitos. Y todo esto independientemente de las causas y las circunstancias las que sean.
Nuestro Señor señaló que el ideal de Dios puede ser quebrado totalmente. Dijo: “... por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mt. 19:6). Aunque no usa la palabra “divorcio”, esa expresión está claramente implicada. Las palabras “juntar” y “separar” forman una antítesis directa; todo lo que represente la una, la otra lo deroga.