En nuestro
continente latinoamericano la crisis moral (o familiar) relacionada con el
quebrantamiento de la vida matrimonial ha sido un legado generacional. Ya desde
los tiempos del descubrimiento y la colonización de nuestro continente, los
hombres que conquistan el continente ávidos de aventura, fortuna y gloria
personal (todos llamados ‘cristianos’), que como tormenta humana, se arrojaban
a poseer el Nuevo Mundo, atravesando los mares desde el viejo mundo. La manera
de vivir de los aventureros era muy alejada de la vida cristiana, pero tenía
mucho de la doble moral de estos días. Estos hombres (españoles, portugueses, y
otros) dejaban atrás a sus y familias en la vieja y convulsionada Europa, para
engendrar en tierras latinoamericanas primero, la raza mestiza y, luego con las
cautivas africanas, la raza mulata; Y Lo peor es que el ejemplo de los propios
clérigos no era menos terrible, y sólo era un aliciente más que contribuyó con
todo ese ambiente disoluto, inmoral, y triste que desde la misma colonización
ha venido llenando de llanto a los niños de este continente.
Ya para comienzos
del siglo XX la situación no había cambiado, y al respeto escribe un obrero a
finales de 1908: "Los hijos y las hijas de los curas proliferan por todas
partes. No hay en esto ningún estigma, ni para ellos, ni para sus progenitores.
En efecto el asunto no es considerado como cosa de inmoralidad, ya que de los
sacerdotes, que tienen prohibido el matrimonio, no se puede esperar otra cosa,
es decir, que tengan relaciones ilegítimas con una o más mujeres. De tal palo,
tal astilla. La inmoralidad de los curas es indudablemente una de las razones
de la flojedad del vínculo familiar en todas las regiones de Sud América.
Mientras que el divorcio oficial no es permitido por causa alguna, separaciones
y juntas ilegales son muy fáciles y muy comunes."
Por su parte las
Iglesias Evangélicas en Norteamérica y Europa siglos después despiertan a la
necesidad de enviar misioneros, pero en su afán de plantear una cultura más elevada,
y un cristianismo más auténtico, encuentra que ante la decadencia del carisma,
no dejan de vivir en sus propias realidades el conflicto social de una
civilización que sufre una altísima tasa de divorcios, y aunque ha ayudado la
promoción de valores superiores, la esencia del verdadero cambio radica en una
verdadera conversión en la que sin ambages se predique y sea obedecida la
Palabra de Dios. Esta acción transformadora que encontramos en la obediencia al
verdadero evangelio viene a restaurar la relación del hombre no sólo con Dios,
sino con su prójimo, y en especial con el prójimo más inmediato que viene a ser
el cónyuge y el núcleo familiar. Es en Cristo que encontramos el sencillo pero
completo plan de Dios que nos lleva a vivir el amor, el noviazgo, el
matrimonio, la familia, el trabajo, y todas nuestras acciones a la luz de la
Cruz.
Ahora bien, en
vista de la realidad socio histórica latinoamericana no nos extraña que la
labor discipuladora en nuestras naciones haya confrontado las más diversas y
grotescas situaciones deformadoras de la familia como es concebida por la
Palabra de Dios. Quedan estupefactos muchos consejeros cristianos al tratar de
resolver los más impresionantes e impensables enredos morales, sociales y
espirituales de las familias a las que se pretende guiar a la obediencia del
evangelio.
Esta es una
sencilla reflexión orientada no a una comunidad o situación particular, sino
que apunta a realidades más generales y a cuestionamientos posibles que
pudieran plantearse en el cuerpo de Cristo, a situaciones que demandarán
decisiones y respuestas bien sea de Presbiterios, Juntas Ministeriales o
Directivas de las iglesias evangélicas que desean sostener su honesto apego a
la Biblia y a sus principios. Luego y dada su sencillez de lenguaje y
planteamiento se busca el acceso a todos, con la pretensión de que este modesto
trabajo sea una “exposición de la palabra de Dios, que alumbra, que hace
entender a los simples ...” (Salmo 119:130). En tiempos de bastante confusión,
espero que sirva para aclarar los malos entendidos, que tan a menudo agudizan
el sufrimiento.
Nuestro amado Buen
Pastor, conocido también como el Príncipe de los pastores, nos convoca a la
misión de dar cuidado, guianza, alimento, ayuda y corrección. En Él tenemos
todos los recursos que requerimos de comprensión, oración intercesora, y
orientación amorosa paciente y sabia. Asimismo, esta reflexión pretende ser
apoyo práctico para quienes sin ser académicos de la asesoría tienen el llamado
a exhortar, aconsejar y guiar a los más jóvenes en la fe. Incluyendo muy
especialmente a las muchas parejas de recién convertidos que entienden y
aceptan su necesidad de ordenar su familia según la Palabra de Dios a fin de
que en el bautismo puedan dar un sólido testimonio de su fe. Pues gracias a
Dios, la gran mayoría de las relaciones pueden ser sanadas y guiadas
efectivamente y según los parámetros de la Palabra de Dios.